“El día en el que moriste, fue el día en el que también vi mi muerte.
“Era invierno, un invierno frío. Frío como mis palabras y mis anhelos, como el aire empañado de nuestro aliento.
“A mis palabras y enunciados acude el recuerdo difuminado del ayer, distante, en el que tus faldas bailan con el viento.
“Íbamos del campo abierto al resguardo del monte más allá del tiempo.
“Todavía recuerdo el crujir de los huesos al correr el aire. Todavía recuerdo las hojas quebrarse del frío, tiritar y salirse de sí.
“Y de aquel recuerdo al momento exacto en el que mis palabras se sinceran, se me han ido todas las vidas que podría albergar. Lo poco que recuerdo se me escapa como un río entre los dedos. Y del reloj cae un grano detrás de otro, insufrible, mientras contemplo al aliento huir de ti.
“Tú te vas, te llevan. Al tempo de tu mano al caer, veo a la vida huir.
“Pero eres tú. Tú. La del vestido de todos los colores. Del blanco y el negro, del rojo.
“El recuerdo se me ha perdido en el desierto del tiempo, en su esfera, y de ello tengo la tierra verde, muy verde. De cuando la vida era vida.
“Mas no puedo quitarle el odio a mi sangre.
“Años han pasado, los niños dejaron de ser niños. Y los hombres desean más, piensan más y roban más. Y del fierro y el machete se limpió la sangre, la tierra, aunque la peste de los muertos no sea algo que se pueda tirar así como así.
“Y allá, en el viejo arroyo, hicimos lo propio por amarnos.
“Ahora que tu mirada se apaga y tu voz vuelve a dormir, lamento no haber inflado el pecho por mi voz, me arrepiento de no abrir las puertas al mundo.
“Ojala haber dicho que te amo con otras palabras, contar el mito de mi amada, de soles y lunas, del océano andante y el bosque de los susurros.
“A los pies del gran árbol la vida te despide. A pocos pasos corre un arroyo de aguas claras y rojas. Lejos, en lo más profundo del monte, algo ruge y algo canta. Y veo dos ojos amarillos verterse sobre de ti. Son tan filosos que cortan el aire y rompen la realidad.
“No dejaré que sus plumas se postren sobre de ti, incluso si muero contigo.
“Que los locos se maten y los diablos se maldigan, que los ángeles se apiaden y se corten las alas, que los hombres hagan lo que les dé su chingada gana.
“Lo sé, me lo dice el suave tacto de tu piel, que hace mucho que encarnamos nuestra condena.
“Y corre el arroyo, las aguas se desprenden del suelo y acuden a nuestro encuentro. Forman un torbellino de brisa y murmullos que nos eleva por los aires.
“La luna nos canta, anunciando que ha llegado el momento.
“Vuelvo a tus ojos, a tus labios besar, te vuelvo a amar.
“Tú te vas, te me adelantas, y en el último atisbo de luz vi esto, estas palabras…”
—¡Pacheco! —se escuchó—, ¡termina ya con tus cuentos y ponte a trabajar!
Alguien sentenció. Y aún en ignorancia, mía o tuya, aquí vivirá nuestro eterno amor.
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